Era un lunes cualquiera en Madrid, y todo parecía transcurrir con la normalidad de siempre. Marquitos, que trabajaba en el décimo piso de un moderno edificio en el centro de la ciudad, había tenido un día particularmente aburrido en la oficina. Todo lo que deseaba era llegar a su casa, ponerse cómodo y olvidarse del mundo por unas horas.