Para darse cuenta de que quien dio origen al Universo nada tiene que ver con la historia que se contaron a sí mismos los israelitas y que otros hicieron suya, como todo cuanto queda cerca de sus manos, solo es necesario contemplar la bóveda celeste una noche despejada para intentar comprender -y NUNCA se conseguirá- qué ha pasado aquí. Hay que estar diría que alienado, pero sería injusto, para creer que Cristo era hijo de un dios que despreciaba al resto de sus criaturas.