Desde que la España musulmana se fue a la mierda a consecuencia de los reinos de taifas, nunca ha estado tan cerca, ni tan mal, de volver a repetir la hazaña. Hoy comienza la que han dado en llamar fase uno de la apertura de restricciones a la circulación de las personas en todo el territorio nacional. Tampoco es para tirar cohetes pero si existiera un mínimo de responsabilidad en la sociedad, que no la hay, bien podrían saltarse todas las fases y pasar a la libre y total circulación de residentes.
Pero el español es anarquista por naturaleza. Y los primeros son los capitalistas, el anarcocapitalismo -cuanto más capital, más anarquismo-, y sus mamporreros de extrema derecha. Estos especímenes, que odian al gobierno socialcomunista, así lo definen ellos, de no mediar la necesidad de los votos de Podemos para la formación de gobierno, hubieran cargado todo el peso y las consecuencias negativas en los trabajadores y las clases más desfavorecidas, como en el desastre financiero de 2008.
Tenemos unos descerebrados gobernando en las taifas, que en vez de preocuparse por los habitantes de su territorio -lo hacen para meter bulla, pero nunca con la intención de que llegue a ser realidad- sus desvelos solo persiguen que el de al lado no pueda alcanzar los niveles de bienestar y libertad, entre comillas, que ellos gozan. Algo así como yo pierdo un ojo para que tu te quedes ciego. Así vemos como en la desescalada que hoy comienza, los que no reunían las condiciones para ello, despotrican contra el gobierno central , el califato, que los ha marginado porque les tiene ojeriza. Incluso algunos, como la descerebrada de la taifa madrileña, solicita que la pongan en primera fila -a sabiendas de que no reúne las condiciones- solo para incordiar y dar por el culo al califato. Y no es la única, en Al Andalus, los Xes y alguno menos influyente, se oye la misma monserga: "Me tienen manía". Y el rebaño en manada, como no podía ser menos, cuernos calados, arremeten contra las murallas del palacio califal intentando por todos los medios, y ayudados por estos, derribar las murallas de Jericó para apoderarse de las migajas del festín. Tiempo habrá de buscar responsables de todo el desaguisado, siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores. Aunque en esta ocasión solo queda diáfano quien ha sido el perdedor: el sufrido ciudadano español.