"Mi calle tiene un oscuro bar de húmedas paredes......" Lone Star
En mi calle, unos números más adelante
del portal donde viven mis padres, había una librería muy antigua, fundada en
1785. En ella, los chicos del barrio durante generaciones hemos leído y
cambiado tebeos y libros. El Capitán Trueno, el Jabato, Pulgarcito, Hazañas
Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín, Els Barrufets… y como no, el imperecedero
TBO. Historias inolvidables las que vivíamos junto a nuestros héroes o
pasmándonos ante los desastres de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio o
el hambre irredenta del pobre Carpanta; sin olvidar a Zipi y Zape y el señor
Pantuflo.
Cuando nos hicimos mayores y buscamos
libros con sabiduría, allí encontrábamos joyas; algunas de incalculable valor
literario unido a su antigüedad y rareza. El librero, señor Antonio, solo las
cedía a quienes eran de su confianza. Había un libro especial: una edición del
Quijote salido del taller de don Joaquín Ibarra, coetáneo del fundador de la
librería, del que ninguno de sus sucesores había querido desprenderse.
Los años, la economía y las grandes
superficies, no perdonan. Sus propietarios al jubilarse decidieron cancelar el
negocio. Nadie se interesó por él, hubiera dado lo mismo otra actividad. En el
local, tras permanecer cerrado varios meses, han instalado una tienda de todo a
cien regentada por chinos —como no—, en la cual el dueño
repite constantemente: «Balato,
balato, todo muy balato». No faltando el guasón de turno que apostilla: «Pelo solo dula un lato».
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