Mi pueblo, Pietra Solez en la antigüedad, como
desde siempre ha sucedido, ve pasar plácidamente el tiempo y las generaciones,
acostado a los pies de la falda del Morrón, al abrigo del aire castellano,
“aire regañón, ni agua ni sol” según la experiencia ancestral de sus
habitantes. Ubicado en la confluencia de dos ramblas, la que recoge las aguas
de Los Casares y la cuesta de Rodenas, en la solana del Morrón, e incluso de La
Nava que, parcialmente, vierte sus aguas en ella, tanta, que las grandes
tormentas desbordan el cauce e invaden las calles del pueblo. Más de una vez,
inundó las escuelas y en la puerta de la casa del abuelo Manel, el agua
desmadrada hizo una brancada de más de un metro de profundidad y la iglesia,
situada al lado, resultó inundada por esa misma avenida.
Por la otra, la rambla
de atrás, como siempre la han llamado, la cuenca recoge las aguas del Barranco
y de la umbría del Cerro de san Ginés, a más de 1600 metros de altura; es mayor
su cuenca y las avenidas rara vez afectan al pueblo, excepto para impedir el
desplazamiento al otro lado de las personas; si ese es el caso, la gente
afectada ya sabe cuál es la solución: subir a la vía del tren, donde los
grandes puentes sobre ambas ramblas, permiten desplazarse sin problemas
entrambos barrios del pueblo eventualmente aislados. El Cierzo, procedente del
Moncayo, tiene vía libre para helar cuanto a su paso halle en los días
invernales, en tanto el Solano, asola sin piedad los campos y cultivos en la
época estival.
In illo témpore… Según me dicen, pues yo no estaba allí en
aquel momento ya que me había ido a buscar nidos de pajarel en las estepas de
la solana del Morrón, nací tal día como hoy, un domingo por la mañana en casa de mis abuelos
paternos, Manel y Máxima.
Cuando volví, supongo que en represalia, me dieron dos cachetes en el culo
a lo cual respondí con berreos y llantos incontrolados, cosa normal pues esas
no son maneras de recibir a nadie la primera vez que llega al mundo.
Aunque mi madre no tenía experiencia, a la abuela le sobraba: habíase visto
en nueve ocasiones en esas circunstancias sin contar las de su hija mayor que
ya había dado cinco aportaciones al mundo. Cosas de la vida, madre e hija,
estuvieron embarazadas al mismo tiempo: una de su hija menor y la otra de su
hijo mayor, dándose la casualidad de que nació antes el de su hija.
Más adelante, en ocasiones dormiría con los abuelos en su cama, a sus pies,
en posición contraria; ¡¡qué nostalgias!!
Las campanas, tan cercanas físicamente, cuyo bandeo está grabado en lo más
recóndito de mi memoria:
«Campana de mi lugar
tú me quieres bien de
veras
cantaste cuando nací
llorarás cuando me muera».
La última vez que subí a bandearla, me costó un buen rato recobrar el resuello.
Hoy, la desidia hace que estén llenas de mierda de paloma.
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