¿Quedará algún piso libre?
Llevaban varios meses de búsqueda sin hallar zapatico que se amoldara a sus
gustos y necesidades. Se cumplía a rajatabla el dicho aquél: “Lo que quiero no
me dan y lo que me dan, no lo quiero”. Habían involucrado a sus familiares en la
investigación y éstos, ya se daban por derrotados. Tantas vueltas e ir de aquí
para allá, tantas llamadas por teléfono e indagaciones por las distintas
oficinas inmobiliarias de la ciudad. Incluso visitaron ¡y se inscribieron! en
páginas web dedicadas a la compraventa de pisos y similares. Nada, no había
forma de encontrar alguna oportunidad adecuada. Para más recochineo, el piso
propio donde habían habitado los últimos años, ¡lo habían vendido! Este pequeño
contratiempo significaba que en meses, se encontrarían ¡en la puta calle! de no
mediar el tan ansiado milagro.
Para
darse ánimo, nada mejor que unas vacaciones viajando al culo del mundo. ¡Qué se
jodan! comentaban entre ellos, aunque todavía me pregunto quiénes eran los
destinatarios de tan lujurioso deseo, ya que caben múltiples interpretaciones.
En los ociosos días vacacionales fue tomando forma, entre piñas coladas y
daiquiris, la nueva estrategia a seguir a su vuelta. Irían a vivir bajo el
puente del río en compañía de o junto al campamento de los rumanos mendicantes
que pululaban por la ciudad. Para ello deberían modificar sus hábitos de vida
pues casaría mal la vidorra de niños pijos que habían llevado hasta entonces.
En sus planes entraba que, o el ayuntamiento o el gobierno regional (como si no
tuvieran fondos buitre afines a quienes regalarlas, (pongamos que hablo de Madrid)), les proporcionara una
vivienda poco menos que por el morro.
Si
a otros se las dan ¿por qué no a nosotros? Claro, se notaba que no habían estudiado
en un colegio del Opus, ignoraban aquello que diu la Biblia: “Muchos serán los
llamados, pero pocos los elegidos”. (Aquí me viene a la memoria el consejo que
un juez argentino dio a otro español, –siguiendo al pie de la letra sus indicaciones, el hispano acabó en el "hotel" Quatre Camins–, cuando lo ascendieron, vía enchufe, de abogado a juez:
“Yo empleo la ley en primer lugar, para favorecer a mis amigos, en segundo
lugar, para joder a mis enemigos y en tercer lugar para, de vez en cuando,
impartir justicia”).
–¿Pero
qué habéis hecho con las perras?– Los
familiares se tiraban de los pelos. Estos bandarras han sido capaces de fundir
hasta el último duro en masajes tailandeses o en fumaderos de opio. Para
“facilitar” más las cosas, vendieron un Mercedes con un año de antigüedad a
cambio de una fragoneta cochambrosa y llena de abolladuras. En sus horas
libres, que eran muchas pues a ambos los habían invitado a abandonar sus
puestos de trabajo, se dedicaban a hacer la competencia a las diferentes etnias
indigentes que rebuscaban por los contenedores de basura. De paso, poco a poco
iban controlando los diferentes edificios que aparentemente se hallaban
deshabitados o al menos con pisos sin ocupar.
Parecían
a Hacienda: vigilaban, siempre que les era posible, el gasto de agua y
electricidad haciendo un listado de los posibles pisos sin inquilinos y
marcando el candidato a forzar. Se unieron al movimiento okupa y un día
hallaron un edificio en las afueras de la ciudad a punto de entregar las
llaves. Con la de pisos que habían
rechazado en su época de búsqueda en condiciones mucho mejores que aquellos,
tanto en calidad como en situación. Se emperraron en que, como eran públicos,
tenían prioridad. Planificaron el asalto y una noche “reventaron” –entre ellos
los había verdaderos genios en la cosa esa de abrir puertas, no estaba claro si
habían sido cerrajeros o maleantes primero– las entradas y cual intrépidos
exploradores tomaron posesión de sus nuevas viviendas. No fueron los primeros
en invadir el edificio y debieron conformarse con los que seguían libres. ¿Dónde
nos instalamos?
El
cuarto estaba vacío (y el quinto y el sexto y el…) Cuando
la policía acudió a desalojarlos, ya tenían todos –más falsas que el beso de
Judas– hasta escrituras de los pisos. Y es que hay delincuentes que son muy
profesionales. ¡Al fin habían conseguido piso gratis, sin ser político o
pariente de…! Y si cuela, cuela. (Forges dixit)
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