—Oye tronco ¿estás seguro de que te saldrán alas?
—Totalmente. A falta de veces que hemos volado.
Unas alas nos hubieran venido dabuten. ¿No te parece?
—Jo, con la de viajes que nos
hemos metido sin levantar el culo del suelo. Montaos sobre un unicornio níveo
mola cantidubi. Pero estos que ahora quieres emprender me parecen mucho más
peligrosos. ¿Te has fijao en la de metros que hay hasta el suelo? Yo no pienso
estar aquí cuando lo intentes; la pasma, al primer pringao que echaría el
guante sin preguntar que había pasao, sería a mí, echándome la culpa de haberte
empujao. Y lo mismo que no averiguó porqué ardió el rascasuelos, les importaría
una mierda si yo era culpable o solo una víctima de las circunstancias. Y además,
me acusarían de haber quemado el rascasuelos, ni que tuviera complejo de Nerón.
Me piro ya, antes que te crezcan las alas. Si te arrepientes, en el puente de
la M-30 o la estación de Callao estaré. Por si te apetece echar unas rayas y
hacer un viaje astral, metidos dentro de una alcantarilla que es más segura.
Pero ahora, cuanto más lejos de ti, mejor.
Esta escena transcurría semanas
después de que la torre Windsor de Madrí, ardiera por los cuatro costados para eliminar las evidencias de los chanchullos de un banquero golfo;
circunstancia que a los amigos les había venido de perlas para okuparlo e
instalarse a todo tren en la penúltima planta. Cierto que olía a chamusquina
que tiraba p’atrás, pero la vista y el alquiler, bien merecían la pena.
Todo surgió a raíz del último desfile
carnavalero en el cual Tiffany, como gustaba llamarse Ricardo, desfiló con unos
zancos que le aupaban un palmo del suelo y unas alitas modelo Madame
Butterfly o Campanilla, qué más da. Se creyó tanto el papel
representado, que dedicó su inmenso tiempo libre a fabricarse un sueño.
Había visto en el cine a algún prota
que salía volando desde lo alto de una torre de pisos, así que puso manos a la
obra. Lo de encerrarse en la bolsa de plástico, lo hacía para dejar turulato a
su tronco que acabó creyendo todo cuanto Ricardo le contaba. Solo había un
inconveniente: él también se creyó su propia fantasía.
Poco a poco se confeccionó un traje,
tal y como creyó ver en las pelis y lo fue probando. ¿Cómo? Pues empezando los
vuelos desde los pisos inferiores colocando un buen montón de materiales para
amortiguar el trompazo. A partir del cuarto piso, cambió de opinión y táctica. Esto
no tiene ningún futuro a menos que quiera acabar en La Almudena prematuramente.
Usando la poca cordura que le quedaba
llegó a una conclusión: si quiero volar, lo haré en un parapente o como se
llame. Mañana empiezo. Con su traje de Superman puesto, decidió que era la hora
de hacerse una rayita que más pareció una línea continua en una recta —prohibido adelantar— de kilómetros. Ya ciego
total y a oscuras, se acercó peligrosamente al abismo. Un tropiezo oportuno
hizo el resto.
—Uaaaahhhhhhhh —mientras caía, instintivamente extendió los brazos y sin conciencia de lo que realmente
sucedía, voló, voló y voló, como la calandria de la canción. Un repentino
chapuzón lo descabalgó del caballo. No se entretuvo en averiguar si fue el
Manzanares o el estanque del Retiro, su pista de aterrizaje.
A la mañana siguiente, los vigilantes
descubrieron el traje de Superman en las aguas. Ricardo, olvidó sus sueños de crisálida en la torre Windsor.
PD.- Me viene a la memoria cuando a Fidel Castro lo llamaron y engañaron unos hidepu desde Florida. Cuando se identificaron, éste exclamó: «Mariconsón»
PD.- Me viene a la memoria cuando a Fidel Castro lo llamaron y engañaron unos hidepu desde Florida. Cuando se identificaron, éste exclamó: «Mariconsón»
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