En
aquella biblioteca semiabandonada coexistían incunables antiguos con volúmenes
de un pasado reciente. La desaparición del entusiasta coleccionista a la vez
que infatigable lector, condenó al ostracismo y al polvo las estanterías repletas
de libros. No era abandono, sino falta de interés el mal que padecían los
libros.
Sin
embargo uno de los habitantes de aquella inmensa casona, Agapito, comenzó a
tomarse con empeño la visita a la biblioteca. No podía acceder a los
ejemplares ordenados en las estanterías, pero casi amontonados y en desorden
encontraba suficientes para saciar su apetito. Los dedicados a la aventura eran
sus favoritos. Tapas flexibles y ligeras y bonitas encuadernaciones con
estampas exóticas. Comenzó por devorar las obras de Emilio Salgari. No
importaba estuvieran o no traducidas; así los Tigres de Monpracem o Sandokan
fueron las primeras. Les siguieron Los
Piratas del Caribe y otras obras del mismo autor pero enseguida buscó otros
novelistas.
Robinson Crusoe
lo devoró con especial apetito. El dibujo de la tapa le llamaba poderosamente
la atención y hasta que no hubo dado cuenta del mismo, no abandonó la
biblioteca. No era de extrañar que se dejara guiar más por la tipografía y los
dibujos. Tiempo tendría de atacar obras de mayor enjundia. Los tres mosqueteros lo transportaron a los duelos de espadachines
y con Julio Verne, creyó que sería incapaz de acabar con toda la colección. La isla del tesoro suplió con creces su
ansia de aventuras y decidió tomarse unos días de asueto pues tenía un
verdadero empacho de libros y literatura. Los libros nos cuentan muchas ocurrencias,
pero la mayoría son fantasías que viven personajes creados por la habilidad del
escritor y que en la mayoría de los casos viven aventuras que sus creadores
gustarían de protagonizar. Los lectores se sumergen en ellos y acaban
mimetizándose con los personajes que les son más afines.
Alguien
debió pasar por la biblioteca y observó con horror el lamentable estado en que
los libros se encontraban y decidió poner manos a la obra en su cuidado.
Numerosos libros habían quedado inutilizados por la desidia de sus dueños.
Una
semana después Agapito, reinicio las visitas a la biblioteca y percibió que algo
había cambiado. El desorden había desaparecido casi por completo y la limpieza
había hecho acto de presencia. Tomando en cuenta las novedades, quiso reanudar
su actividad con un ejemplar de recias tapas y páginas toscas depositado sobre
una mesa. Enseguida se cansó y decidió marcharse. Un ejemplar antiguo de Don Quijote
de la Mancha habíale resultado pesado e indigesto. Mañana buscaré otro más
asequible.
Cuando
Agapito volvió al otro día, nada más entrar a la biblioteca percibió un olor
diferente a los libros rancios y
antiguos. ¡Caramba! ¡Si han dejado olvidado un trozo de queso! Presto a dar
cumplida respuesta a tan atenta bienvenida, no dudó en cogerlo. Fue el epílogo
a su aventura como devorador de libros.
Premiado con un accésit en el III Premio de relatos hotel Montreal de Benicassim
Actualizado. Editado el 7.03.16
Premiado con un accésit en el III Premio de relatos hotel Montreal de Benicassim
Actualizado. Editado el 7.03.16
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