No participar en concursos
Era la
primera ocasión que visitaba Barcelona. En la anterior no salió de la estación
del ferrocarril, camino de un pueblo de la Costa Brava. Lo hacía como se hacen
la mayoría de las cosas, siguiendo el instinto. Para él, aquello podía resultar
una odisea sin resultados preestablecidos. Sabía por qué se encontraba allí y
que debía hallar un modus vivendi pues no olvidaba que Barçelona es bona, si la
bolsa sona. Debía buscar una pensión asequible a sus fondos para tener un lugar
donde pasar la noche, más adelante se centraría en algo más concreto. En los
aledaños de la estación de Francia las había sin grandes pretensiones pues eran
eso, de paso. Incluso con aglomeración de camas tipo cuartel, que los
hosteleros aprovechaban en demasía el espacio; y los clientes, pues también
eran eso, de paso y sin pretensiones.
Después
de dejar los escasos bártulos en su mansión multitudinaria, salió en
descubierta por los alrededores para centrarse. La amplia avenida del puerto llevaba
hacia la estatua de Colón donde pasado aquél, convergía con la de El Paralelo.
La Capitanía se ubicaba allí cerca de la réplica de la Carabela, y la
Barceloneta, hábitat de los pescadores, quedaba a la izquierda. En aquellos
tiempos, yo diría que en todos, estas cosas de los militares y en general de
los uniformados, causaban repelús. Allí en la plaza de Colón, según se mire,
nacían o morían Las Ramblas, el Paseo por antonomasia, el más popular y
visitado de Barcelona. En la otra parte, la Plaza de Cataluña con la fuente de
Canaletas, símbolo de las propias Ramblas. Decían que quienes de ella beben
agua, vuelven otra vez a Barcelona. Cuando la inauguraron quizá pudiera
beberse, ahora salía una cosa horrible que parecía lejía. Con el tiempo, aquél
sería su hogar temporal y que llegaría a conocer bien. En el paseo central,
quioscos variados sobre todo flores y libros.
Aquella
noche entabló conversación con otro joven en la pensión a la hora de la cena.
No podría decir a qué se dedicaba porque tampoco se lo preguntó, pero acabaron
de ronda por la calle de los Escudellers visitando los puticlús. Poco versado
ni acostumbrado en estas lides, decidió volver a buscar la cama pues el joven
sudamericano, parecía entenderse con una camarera y prefirió hacer mutis. Una
gaviota en busca de la sexta flota, no hablaba español. Nunca le habían gustado
los bares de alterne, era algo que por reflejo, le daba aversión. Entendía como
más positivo buscar directamente a la mujer en lugar de gastarse allí el dinero
en dispendios caros y tramposos.
No tardó
en encontrar trabajo en un bar de comida rápida llamado restaurante Pollo Rico.
¿Cómo te llamas chaval? Javi. Bueno pues toma asiento ahí y ala, a pelar
patatas hasta que huela a ajo. Eran tiempos en los que el idioma no generaba
ninguna controversia, todavía se hablaba castellano sin problemas, mas las
discusiones deportivas en torno al Barça/Real Madrid ya existían. Tenía mucha
clientela pues la barra del bar, que hacía la vez de comedor, nunca estaba
vacía. Por 25 pesetas, el cliente podía saciar su apetito, más o menos; un
cuarto de pollo asado a l’ast con patatas chips y una copa de cava. Había más
cosas, como tortilla de patata, no la clásica gorda de tres centímetros, al
contrario delgada y jugosa, caldo y algún plato del día pero primordialmente el
pollo era el rey. Trasladó el equipaje a otra pensión en la calle La Unión más
cercana del trabajo. Ya no tendría que preocuparse de la comida al menos. Las
calles san Pablo y La Unión, serían las que centrarían su estancia de momento
en la Ciudad Condal. Su cuartel general. En más de una ocasión por la noche al
salir del trabajo paseaba por entre las casetas de La Rambla y si al otro día
tenía fiesta, volvía a casa con lectura para distraerse. Zane Grey era su
favorito, novelas del oeste escritas por un autor americano; aquí había uno
autóctono muy prolífico que las escribía como churros, Marcial Lafuente
Estefanía. Grey era más poético. Noches hubo que no durmió hasta acabar el
libro.
Poco a
poco fue adentrándose en los interiores del barrio que resultó ser el Barrio Chino.
Muchos bares y meublés en los cuales ejercían su oficio profesionales de todas
las edades; no diré de todas condiciones porque el meretricio de alto standing
se ejercía en la zona alta, allá por Les Corts. En aquellos años, pasear por
Las Ramblas a las dos de la mañana, no implicaba tener que hacerlo con escolta.
Más bien había que protegerse de la fuerza pública, guardia urbana. Una noche a
un extranjero unos guardias le propinaron tal paliza que, el pobre hombre se
protegía la cabeza con las manos, acurrucado
en el suelo berreando como si lo estuvieran matando. A vergazos le hacían
avanzar hacia…. ¿¡!? ¿Qué delito había cometido? Cualquiera que este fuera, no era
correcto ese trato brutal previo a su detención si era necesaria. Los guardias,
tampoco merecían indulto.
Estudiando
el recorrido de las líneas del metro consiguió llegar sin perderse a
L’Hospitalet de Llobregat y más concretamente a Les Esplugues de Llobregat. Logró
visitar y hablar con la persona que le había movido a trasladarse a la ciudad, pero
solo obtuvo unos desaires inmerecidos. Si te he visto no me acuerdo y eso que
le había regalado aquel verano una medalla de oro. Quien da pan a perro ajeno,
pierde pan y pierde perro. Desengañado, volvió a la pensión y se fue de putas.
Ya aprendería.
El
conocimiento de personas afines a su trabajo le hizo frecuentar lugares e
individuos relacionados con el lumpen residente en la zona. Así conoció a Juani,
un camarero que ya la primera vez que lo trató le ofreció dos mil pesetas si se
dejaba hacer una felación. El acompañante que lo llevó allí se partía de risa; no
había duda de que al menos lo conocía así como su afición por los espárragos al
natural. Mira, ya había encontrado una vía de escape, una salida de emergencia
por si algún día se encontraba en apuros. Solo debería vigilar la retaguardia. En
la nueva pensión, compartía habitación con otro individuo. Mal bicho aunque
tardó unos días en darse cuenta. Llevaba en la maleta un reloj de pulsera para
la noia de Les Esplugues pero el muy vaina lo robó; cuando lo echó en falta, ya
habían desaparecido los dos. Mil pelas, de todas formas perdidas. Le daba el
fulano un poco de repelús; por eso cuando estaban en la cama lo vigilaba con
disimulo por si acaso. Pero en ese aspecto no hubo queja.
Junto al restaurante
donde trabajaba, había un bar de alterne y las chicas acudían a veces a tomar
algo sólido que líquido ya lo ingerían trabajando. También acudían señoras ya
muy mayores y pintarrajeadas, cacatúas las llamaba Javi de una forma
irreverente; el vicio de comer no se olvida con la edad. Éstas llamaban su
atención: sin duda habían sido jóvenes y gozado de la exuberancia que concede
la edad; por ese mismo motivo se preguntaba que hicieron con su vida y con el
fruto de su trabajo, que no les permitía un honroso y tranquilo retiro sin
tener que andar por aquellas calles a la espera de que algún andrajo humano se
dignara solicitar sus servicios. Y un bohemio que parecía tomar pimienta con
sopa; pero el tío era un artista, dibujaba unos soberbios cuerpos de mujer en
la servilleta...
Una de
las camareras del bar aledaño lo invitó a tomar algo y luego lo llevó a su
casa. Caprichos de los que nadie está libre y ella tampoco. La chica lo tomó
muy en serio y aunque por razones profesionales ejercía con cuantos la
requerían de sus servicios, se perdía y entregaba sin límites en brazos de aquella
pasión irracional que no tenía razón de ser pero que a los dos dejaba exhaustos.
No era española aunque se desenvolvía bien en el idioma. Una chica como había
muchas por los países europeos que, para pagarse los estudios, ejercían la
prostitución esporádicamente. En un principio su intención era aprender
castellano y retornar a su país, pero una vez enrolada en ese círculo vicioso,
era difícil escapar salvo huyendo. Quiso acceder al trabajo de citas previas
mas solo resultaba rentable para “la madame” que se quedaba con la parte del
león, así que optó por este otro trabajo más cutre y peligroso. Tuvo que luchar
para no caer en las garras de las mafias de la droga y esto le costó más de algún
disgusto. Y ahora Javi, sin saberlo, quedaba en el punto de mira de los
mafiosos indeseables y explotadores.
A partir
de entonces, juntos fueron recorriendo los lugares emblemáticos de la ciudad.
Sagrada Familia, inacabada; parque de atracciones del Tibidabo, con toda la
urbe a sus pies; teleférico a Montjuic, lugar desde el cual el puerto no tiene
secretos; paseo en golondrina a la entrada del puerto… y cual ratones
juguetones, viajes en todos los sentidos y líneas del metro, porque sí. La
explosión de la juventud y el amor…
Los
compañeros de trabajo enseguida advirtieron del deterioro físico del pelapatatas.
El desgaste nocturno y la falta de descanso estaban haciendo mella en él. No
les había pasado desapercibido cual era la causa de ese bajón: Vanessa, la
camarera del bar de al lado pasaba allí más tiempo que en su trabajo. Las
miradas y palabras que le dirigía, no necesitaban explicación. Su comportamiento,
era el de una enamorada y vaya si lo estaba. Tanto que hacía planes para buscar
un trabajo diferente, de intérprete o algo parecido pues era políglota. Hablaba
tres idiomas a la perfección y de algo habría de servirle, no solo para atender
a los marines de la VI flota. Javi, aunque también enredado, mantenía un poco
más fría la cabeza; no le importaba de donde procedía la chica, pero él
difícilmente alcanzaba para cubrir sus gastos, no podía comprometerse a nada
más.
Sin
comentarle nada a Vanessa, un día decidió tomar el camino de enmedio y ejercer
en sus ratos libres el mismo oficio. Había que recaudar fondos para poder tener
un piso propio si querían seguir juntos. Haciendo de tripas corazón fue al bar
de Juani para ver si seguía dispuesto a darle dos mil pesetas por dejarse
hacer. Y allí empezó su “carrera”. La Juani, entusiasmada por estrenar a aquél
pipiolo aunque eso sí, solo en parte. En principio le repugnaba lo que estaba
haciendo pero ya se sabe, el comer como el rascar, todo es empezar. Habría que
ampliar horizontes, la Juani no podía costear todo el presupuesto así que gestiones
suyas, le proporcionaron nuevos clientes. Habría que equilibrar los esfuerzos
para dar cumplido servicio a todas sus obligaciones.
En el restaurante
seguía trabajando, había que guardar las apariencias. Se estaba quedando en los
huesos pero las cosas comenzaban a marchar. Una noche, al salir del trabajo, lo
intentaron abordar dos individuos con malas pintas. Como ya estaba con la mosca
detrás de la oreja, aprovechó que un coche de la policía estaba aparcado allí y
se detuvo a su lado. Los dos felones, siguieron su marcha pero habían dejado
claras sus intenciones. ¿Qué querrán? ¿Tendrá que ver esto algo con Vanessa o
es por mí? Ahora que el rumbo comenzaba a componerse… En adelante, nunca saldría
solo del trabajo.
Miró
Ramblas abajo y al fondo divisó a Colón, señalando impertérrito hacia el mar
desde lo alto de su columna. Parecía estar invitándolo a marcharse ¿O quizá lo
estaba echando cual ángel exterminador en Sodoma? Cuando llegó a casa de
Vanessa en la cual hacía días que había fijado su residencia, ésta estaba
exultante. La habían contratado en una empresa de exportación como secretaria
traductora. Ninguna pregunta sobre su anterior ocupación. Ahora podrían empezar
a meditar con calma y sin prisas sobre el futuro. Si los milagros existen, en
aquella mujer el amor y la pasión habían obrado uno.
Javi al
principio se dejó llevar por la inercia en sus relaciones con otros individuos
y solo le interesaba el dinero. Estos más bien eran sujetos pasivos o que
deseaban hacerle una felación. Un día comprobó que aquello se le estaba yendo
de las manos. Hacía memoria y nunca le habían seducido aquel tipo de
relaciones, si ahora lo hacía era casual, con intención de poner fecha de
caducidad. Un nuevo cliente, le hizo remover sus instintos y se entregó como
nunca lo había hecho. Y aquello lo desestabilizó. A partir de ese día, preocupado,
canceló cuantas llamadas le requerían para una cita. Necesitaba centrarse y
acallar sus aprensiones.
Cuando el trabajo apretaba, Javi comenzó a sentirse mal. Le entraron tembleques y
sudaderas y aunque él no dijo nada, al toser escupía esputos tintados de
sangre. “Márchate a casa” le recomendaron. Así lo hizo con gran esfuerzo y
cuando alcanzaba a ver a Colón, a la altura de la Plaza Real, dos individuos se
pusieron uno a cada lado y al unísono le pincharon ambos costados. Javi, se
desplomó al instante y los sicarios asesinos se dieron a la fuga. Cuando los
transeúntes vieron la sangre que comenzaba a llenar el suelo, avisaron a la
policía y la ambulancia. En el hospital, nada pudieron hacer por él. En la
autopsia comprobaron que estaba muy enfermo y hubiera sido cuestión de un par
de meses, a lo sumo, su final.
Cuando Vanessa
recibió la noticia, enloqueció. Pasados dos días, abordó a un hampón en un
restaurante de lujo ubicado en la esquina de Ramblas con Plaza Cataluña y sin
sacar el arma del bolsillo, a través del abrigo le descerrajó dos tiros dejándolo
muerto en el acto. Los dos sicarios que le acompañaban no tuvieron tiempo de
reaccionar incrédulos ante lo que veían. Corrieron la misma suerte de su jefe.
Las navajas se escurrieron de sus manos al intentar taponar sus heridas. Tras
esto, caminando llegó al lugar donde Javi había sido asesinado y allí, acabó
con su vida.
1 comentario:
Una historia de esas que me conmueven al leerlas y que me parece increíble que yo la haya escrito.
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