«Al pie del milenario torreón que corona el cerro de san Ginés dominando
cientos de kilómetros a la redonda, hay una multitud silenciosa e invisible que
observa a los romeros mientras, en torno a la ermita del santo, realizan una
procesión tras la celebración de la misa. Dos veces al año suben los nativos del
pueblo en romería a demostrar al santo su devoción: el tres de mayo, para la
bendición de términos y el veinticinco de agosto, acabada la trilla. Santo
Ginesi, ora pro nobis, santa Ágata, ora pro nobis, santa María, ora pro nobis…
El sacristán desgrana uno por uno los nombres del santoral en tanto que la
feligresía le responde con la letanía correspondiente. Uno de esos
espectadores, es un hombre en actitud reflexiva. Observa al gentío. Su atención
divaga de una a otra parte sin interés aparente en nada o nadie de los que tras
el santo y el sacerdote asisten a la romería. Alguien se le acerca y al ver la dirección
de su mirada le dice:
—Sabías bien que esa estrella nunca luciría en tu firmamento ¿por qué no la
olvidas?
—Tienes razón, ese todoterreno me tiene sorbido el seso..................».
Así comienza un relato que se pretende póstumo y que por fortuna para el relator todavía no lo es. Por contra, esa muchedumbre silenciosa se ha incrementado con actores que nadie hubiera pensado el año pasado por esta fecha que asistirían de esa manera.
Mi presencia en espíritu, hace que me integre en esa masa silenciosa y contemple cuanto en el relato es. Los romeros en la misa y en la procesión del santo, las personas que desearía ver y las que cerraría los ojos para no verlas, la post misa con sus huevos duros, sardinas rancias, y demás tropezones.... Bueno, pues a pesar de todo, un día es un día: ¡FELIZ SAN GINÉS A TODOS!
Pues con cariñoso anhelo
nos postramos a tus pies.
En ti, glorioso Ginés
Hallemos nuestro consuelo.

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