Era
más que un simple robot. Para darme cuenta de ello tuvieron que pasar muchas
galaxias.
Fue el día de los Inocentes del año 2045.
Tenía un aviso de la RISA en el panel multifunción de casa. A veces cuando no
deseaba estar localizable lo desconectaba y luego recibía una catarata de
información llena de basura electrónica; por muchos cortafuegos y antispam que
usara, los hackers publicitarios burlaban las seguridades e inundaban de
publicidad la correspondencia, los anuncios oficiales, los periódicos… un
desastre.Como decía, en el aviso que para más cachondeo decía que era TOP SECRET, requerían de mi presencia en la base de operaciones situada en la laguna de río Seco junto al lago Salado. Esta era una sofisticada planta para lanzamiento interestelar, no un camión lanzacohetes como el de algunos regímenes cutres de comienzos de siglo.
—Prepárese míster Landon que va a partir en un
vuelo interestelar en busca de algún planeta habitable para los humanos.
La deforestación llevada a cabo en el
Amazonas por empresas sin escrúpulos con la aquiescencia de regímenes
corruptos, ha vuelto loco al planeta. La contaminación ha crecido
exponencialmente, la capa de ozono ha desaparecido y la desertización invade a
las tres cuartas partes de la superficie de la Tierra. Por si esto no fuera
suficiente, los polos han perdido el hielo que acumularon durante milenos.
El viaje ya estaría programado y aunque yo no
regresara, nadie iba a echarme de menos. La nave iría transmitiendo datos de
los exoplanetas susceptibles de ser habitados u ocupados dependiendo del grado
de similitud con la atmósfera terrestre. En el caso de encontrar alguno con las
condiciones óptimas, una nave auxiliar me facilitaría su exploración.
Partimos un semana después. Y digo partimos
porque me acompañaría un androide al cual decir que solo le faltaba hablar, sería
mentir, más bien no le habían enseñado a estarse callado. Con el ordenador de a
bordo, un potentísimo chisme que todo lo sabía, organizaban verdaderos debates
en lenguaje máquina que yo no entendía. Hasta que con amenazas de desconexión
conseguía hacerles callar al menos momentáneamente.
—Si queréis hablar, hacerlo en cristiano.
Cuando me veían enfadado, cambiaban de tema y
con voz melosa me decían lo que quería oír.
— ¿Desea mi amo que le dé un masajito de
espaldas? ¿Le preparo un baño calentito?
El androide al que llamaba Sara —lo mismo pude
llamarlo Raúl pues era asexual— era muy complaciente, yo diría que un poco
pelotas. Guiado por el ordenador central, técnicamente dominaba toda la nave y
a mí.
Salimos del sistema solar en un santiamén. Al
dejar atrás Plutón, mentalmente utilicé su nombre. Telepáticamente recibí un
“eso lo será tu madre” que me dejó pasmado. Supe que cuanto pensara, aquellas
máquinas diabólicas lo descifraban. La oscuridad sideral más absoluta se cernió
sobre la nave.
Pasaron diez años estelares que según
cálculos de Betty —al ordenador central habíale dado este apelativo echando en
falta la presencia femenina— significaban casi una vida terrestre aunque mi
físico apenas había cambiado.
Por
mucho que la nave se esforzara, no obtenía resultados positivos. Mi descanso
consistía en largos periodos de hibernación durante los cuales todo quedaba en
manos de Sara y Betty. Al despertar de uno de esos periodos, recibí una
sorpresa mayúscula: En la nave había una presencia extraña:
— ¡¡Hemos sido invadidos por alienígenas!!
—Tranquilo Johnny, que soy yo, Sara.
—Pero ¿cómo te has transformado?
Mientras dormía, las dos máquinas se
confabularon y utilizando la impresora 3d, poco a poco fueron modificando su
estructura exterior hasta configurar una figura que nada tenía que ver con la
inicial. Hasta la voz, era alegre y melodiosa en ambas.
—Sara ¿todavía no hemos encontrado ningún
apartamento en el que poder descansar?
—No sire, me temo que el espacio que estamos
navegando o es demasiado viejo o lo contrario. Atravesamos regiones sin ningún
tipo de actividad o envueltas en incandescencia.
A partir de entonces, Sara se convirtió en indispensable.
Para colmo de la felicidad, hasta entablábamos discusiones que pudiéramos
llamar domésticas. Un día Sara me despertó excitada
—Sire, un planeta habitable.
— ¿Dónde estamos?
—Creo que los datos de navegación son
incorrectos. Puede ser el planeta Alfa. No lo sé.
—Voy a bajar.
Al tomar tierra, quitándome la escafandra grité
¡Alfalfa! y pude percibir un sugerente olorcillo
a chorizo de Cantimpalo.
—¡¡Sara!! Baja que nos quedamos.
No me dio tiempo a más. Vi venir una caterva
de trogloditas garrota en mano y sin pérdida de tiempo me elevé.
—¡¡Sara!!
¡No bajes, que hemos vuelto a la Tierra!
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