Volviendo al pintamonas, el maestro se desgañitaba dibujando la hipotenusa de color amarillo para que no la confundiéramos con los catetos. Y aquí ocurrió lo que a don Quijote con la iglesia: no topamos con ella, pero si con el insulto que suponía llamarnos catetos. Y no se cansaba de repetirlo. La historia se repetía: tuvieron que pasar años para comprender que no nos humillaba a nosotros, sus alumnos, sino que los lados del triángulo que formaban el ángulo recto de la figura geométrica, recibían ese nombre.
Fruto de esa cerrazón de entendederas, nunca mientras duró
mi estancia en la escuela, mira que ha llovido desde entonces, supe resolver
ese famoso teorema. ¿Razón? Elemental, nunca aprendí ni me enseñaron la manera
de descifrarlo. La raíz cuadrada, la aprendí por mí cuenta y de esta forma se
descorrieron parcialmente mis amadas telarañas. No es lo mismo que te intenten
robar a que tú, voluntariamente te dejes. Más complejas resultaron las razones
trigonométricas del famoso triangulito. Anda que esa palabreja que siempre me
daba la risa o el rubor, el seno o el coseno, la tangente —cuando mi madre me
pedía explicaciones y yo me iba por los cerros de Úbeda, siempre explotaba con
la misma frase:” ¡No te me vayas por la tangente!”, con lo cual, acababa hecho
un lío al mezclar ambas cuestiones— y la cotangente que debía ser la reostia.
No intentaré tirarme el pegote de desarrollar lo mal
aprendido para no hacer el ridícalo. Este es un cuento sin pie ni cabeza, EMDO.
Sin argumento ni guión, pues lo he escrito de un tirón, lo cual es un mérito en
una aburrida tarde de Año Nuevo, donde las telarañas del cielo llevan días sin
descorrerse. No llueve ni intención que lleva. Una pertinaz niebla nos ha
arrebatado el sol en estos días de fiesta, no sé si para jodernos o por culpa
del anticiclón.
Y como corolario a tantas sandeces, les diré que con los
años y la práctica, por fin llegué a comprender un poco lo de los senos y demás
partes integrantes del más famoso triángulo que nada tiene que ver con el
rectángulo.
Que de cuentos ya estamos hartos y la zorra no está para
bailes. Sin embargo, dejo la carta a los reyes Magos que entregó Daniel, al rey
Gaspar. Lo acompañé a depositar su carta y me contó cuál era su petición. Lo
demás, lo añadí yo.
LA CIGÜEÑA
Daniel, se sentía muy solo en casa; deseaba fervientemente que la cigüeña
le trajera un hermanito con el cual jugar y urdir rastros por el pueblo.
Envidiaba a su amigo Elías; la zancuda acababa de traer a sus padres otro bebé:
una niña.
—Eli, no hay derecho, vosotros ya sois cinco hermanos, yo no hago más que
pedir a las cigüeñas un hermanito y ni me miran al pasar.
—Pues no sé Dani, nosotros no habíamos pedido nada.
Y decidió cambiar de táctica. Esta Navidad se lo pediré a los Reyes Magos.
Con su carta en la mano, se encaminó al Ayuntamiento donde habían instalado los
Reyes su buzón. Allí, un falso Rey Gaspar, recogía las numerosas misivas
infantiles. Cuando el Rey habló al niño, enronqueció la voz para evitar ser
reconocido y guardó su carta aparte. Al llegar a casa tras la jornada “real”,
Gaspar abrió la carta del niño recibiendo una sorpresa. Comunicó a su esposa la
petición de Daniel, desconocida por ambos. El día de Reyes, junto a los
regalos, Daniel recibió una carta del Rey Gaspar: «Querido Daniel: Hemos
escuchado tu petición y para el año que viene, haremos lo posible por
complacerte. A partir de hoy, pondremos en ello todo nuestro empeño».
Y colorín colorado, este año ha comenzado. Y con esta intervención, quiero
despedirme de todos ustedes vusotros. La imaginación, junto con las ideas
nuevas, se ha tomado un año sabático. Bloqueo el blog y mi participación en
tanto escampa. Au revoire, que dijo Voltaire.
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