Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 28 de abril de 2025

MARQUITOS

 Al gilipollas de Marquitos le pilló el apagón en el ascensor

Era un lunes por la tarde, y el edificio de la calle del Sol estaba más vivo que nunca. La gente salía y entraba, creando un constante murmullo de risas y conversaciones. Pero, como siempre, ahí estaba Marquitos, un tipo simpático pero un poco despistado, que se creía el rey del mundo con su cháchara incontenible. Era el tipo de persona que podía hacer reír a nadie y, al mismo tiempo, causar una ligera molestia con su forma de ser.

Ese día, Marquitos había decidido llevar a cabo una misión heroica: ayudar a su vecina, doña María, a bajar las bolsas del supermercado. La señora, una mujer mayor de grandes historias y un carácter que dominaba la sala, no se había podido negar a su insistencia, así que ahí iba él, cargando varias bolsas de un lado a otro mientras hacía comentarios absurdos sobre la vida en general. Una vez que terminaron, se despidió de ella con un gesto exagerado y se dirigió al ascensor.

La suerte de Marquitos iba a dar un giro radical. En el momento en que presionó el botón del ascensor y este se abrió, sintió que todo su ser brillaba. “Hoy es mi día”, pensó. Entró con confianza y apretó el botón del piso 5. Pero al poco de empezar a subir, el ascensor se detuvo abruptamente. Un chirrido y, de repente, el sonido de la ciudad se apagó. Apagón.

—¡No puede ser! —exclamó Marquitos, mirándose a sí mismo en el espejo del ascensor—. Yo solo quería regresar a casa.

Afuera, la oscuridad se adueñaba de las calles y el sonido de los lados se desvanecía. En su mente, las imágenes se agolpaban: la tía Celia riendo al recordar aquel apagón en la fiesta de cumpleaños, donde todos se rieron al ver a Marquitos intentando hacer trucos de magia con linternas. Aquel recuerdo lo sacó un instante de la incomodidad actual, pero rápidamente volvió a la realidad. El ascensor, por dentro, parecía convertirse en una cámara de eco.

—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? —gritó, como si realmente hubiera alguien al otro lado para escucharle.

Silencio.

Pasaron varios minutos en los que solo escuchaba un zumbido ligero y el sonido de su propio pulso. Era cuenta atrás; estaba atrapado y lo único que podía hacer era esperar. En su mente, las historias de terror comenzaron a florecer. Se imaginó siendo el protagonista de una película cutre, donde un monstruo acechaba fuera de los límites de ese pequeño cubículo. Las imágenes de horror se sucedían: las luces parpadeantes, el grito de una niña, y él, atrapado y sin posibilidad de escape.

Decidió que no podía dejarse vencer por sus miedos. Golpeó la puerta del ascensor, como si eso pudiera conseguir algo. Después de unos momentos, se sentó en el suelo, rodeado de bolsas vacías de productos. Al mirar a su alrededor notó que había dejado caer su móvil, así que intentó buscarlo en la penumbra. La lógica le decía que, aunque la batería estuviese baja, una llamada al 112 podría ser su salvación.

—¿Dónde estás, maldito móvil? —murmuró mientras se pasaba la mano por los bolsillos y palmeaba el piso.

Finalmente, dio con él, lo levantó y, para su sorpresa, aún tenía algo de carga. Sin embargo, al intentar llamar, se dio cuenta de que no tenía señal. “Esto no es justo”, se lamentó. En ese momento, su mente comenzó a divagar sobre lo que podría estar pasando en el mundo exterior. Se imaginó a su padre preguntándose dónde estaba, a sus amigos haciendo memes de él atrapado, y a su madre preocupada por si había olvidado tomar un abrigo antes de salir.

Marquitos no se rendiría tan fácilmente, así que decidió intentar algo: empezó a hablar en voz alta, como si tuviera un público invisible.

—Bienvenidos al programa ‘La vida de Marquitos atrapado’. Hoy estamos en un emocionante episodio donde nos quedamos atrapados en un ascensor y exploraremos los secretos de la vida moderna: ¡el truco de hacer una charla interesante mientras esperas ser rescatado!

La risa resonó en su mente, y su tono se volvió cada vez más cómico. Empezó a relatar anécdotas de su infancia, mezcladas con bromas sobre el mundo digital y las redes sociales, como si fuera un stand-up comedy. Pero a medida que hablaba, una sensación de soledad fue envolviéndolo lentamente. Esa soledad que a veces te atrapa como un abrazo frío.

Pero Marquitos no estaba dispuesto a dejarse llevar por la desalentadora melancolía. Se acordó de aquella app famosa que prometía enseñarte a meditar. Sí, era el momento perfecto para poner en práctica aquellos consejos. Respirando hondo, cerró los ojos y comenzó a contar hasta diez, intentando encontrar un poco de paz en medio del caos.

Después de un rato de meditación improvisada, escuchó un ruido. Su corazón dio un salto. Golpes de metal y voces lejanas comenzaron a hacer eco en su mente, como si la salvación estuviese cerca. Y efectivamente, unos minutos después, una luz iluminó el pasillo y vio a un técnico del edificio que se acercaba.

—¡Marquitos! —gritó el hombre con una sonrisa pícara—. Te hemos estado buscando. ¡Vaya forma de pasar el tiempo, eh!

—No me hagas hablar… —respondió Marquitos, aun con una sonrisa de alivio—. Mejor abre la puerta, que tengo mucho que contar.

Cuando finalmente salió del ascensor, se sintió como un héroe, aunque en su interior sabía que su aventura había sido más cómica que trágica. Se encontró entre risas y caras de preocupación de otros vecinos, que se habían reunido al oír los gritos de ayuda, y todo en su mundo se volvió de nuevo normal.

Ese apagón, que había empezado como una experiencia aterradora, acabó convirtiéndose en otra anécdota más que Marquitos contaría en la próxima reunión con amigos. Porque, al final del día, un poco de humor y mucha locura son parte de la esencia de la vida. ¡Y así fue como un gilipollas atrapado en un ascensor se convirtió en la estrella de un espectáculo improvisado
!

No hay comentarios: