La primera vez que se vieron, ella, con toda su candidez, le preguntó: "¿Quieres casarte conmigo?" Él, se quedó mirándola de arriba abajo y tras unos momentos de titubeo le preguntó: "Y eso ¿porqué?" "Porque nadie quiere casarse conmigo" "Vale, pero solo por hoy, eh?"
Tenían nueve y seis años respectivamente. Él era el mayor si a esa edad se puede considerar mayor a un niño. Nunca había estado en aquel pueblo; ahora, su tía, una hermana de su madre, se había casado con un mozo de aquel lugar y había ido junto con su madre a visitarla. A pesar de que los niños enseguida hacen amigos o enemigos, a Luis no le resultó difícil conseguir una cosa y la otra. Se amplificaban o magnificaban las relaciones de los mayores entre sí que los niños asumían.
La marca de una pedrada en la cara que le endosó uno de aquellos "amigos" ya sería imborrable. Hubo muchas visitas a aquel pueblo que también les caía de paso para coger el tren o viceversa. Así, cuando lo operaron de anginas en la capital, al regreso pernoctaron allí y luego, andando, volverían a su pueblo. Angelina, que así se llamaba la chica, en cuanto se enteró de su llegada fue a visitarlo. "¿Qué te han hecho?" preguntó al tiempo que unos lagrimones le resbalaban por la mejillas. Con un hilo de voz, pues le dolía, Luis respondió:"Me han quitado las anginas".
El tiempo hizo crecer a los chavales y su complicidad. Angelina ya nunca le preguntó si quería casarse con ella. No lo necesitaba. Luis marchó a la capital a forjarse un futuro para compartir junto a ella. Pero el Destino, ese kabrón, les esperaba a la vuelta de la esquina. Angelina contrajo una enfermedad que en poco tiempo acabó con su vida. Luis, desesperado, acudió el día de su entierro a participar en su funeral. Al llegar a la puerta de la iglesia, a punto de entrar, pareció que alguien le llamaba. Se volvió, y abriendo los brazos, retrocedió unos pasos antes de caer al suelo exánime. La consternación entre todos los presentes fue máxima. Luis, había muerto. El desconsuelo entre las familias no tenía fin.
Fueron enterrados los féretros juntos entre grandes muestras de dolor. Mas cuando años después sus ataúdes fueron exhumados para acoger sus restos en un nicho, comprobaron con estupor que ambos estaban vacíos.

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