“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, dijo alguien.
¡Meca! Aunque te empeñes en no salir, te sacaré de ahí. Así se expresaba el tío Raimundo cuando con un palo quería mover una piedra que pesaba más de doscientos kilos. Un chavalico en edad escolar que había leído algo sobre palancas y también sobre la gravitación universal, le dio una barra de hierro y le colocó un apoyo atrás, un fulcro, para que apoyara a esta.
—Pruebe ahora a moverla, pero meta la piedrecica esta lo más cerca posible a la piedra gorda. Si no lo hace así, no conseguirá nada.
El tío Raimundo, que era más bruto que un arao, dobló la barra de hierro pues su grosor no era el apropiado para ese peso.
—Jajajaja, chaval, pues te has lucido con la lección, para ese viaje no necesitaba alforjas.
Quiso la casualidad de que el maestro del chico pasara por allí y le llamó la atención el corrillo montado. En un principio no dijo nada, pero cuando pretendió burlarse del chico, no se pudo contener:
—Usted en un bruto que pone la carreta delante de los bueyes. Y con la mente más cerrada que una O. El chico tiene razón porque lo ha aprendido en la escuela. No le voy a explicar a usted cuanto sobre las palancas existe pues sería en vano, solamente se lo voy a demostrar con una piedra el doble de gorda que esta. Solo necesito un tronco de madera lo suficiente resistente, pues esta barra de hierro es demasiado débil para este peso.
El maestro buscó un tronco aparente de grosor y largura y poniendo la pía, el fulcro, lo más cercano posible al peso a mover, sin ningún esfuerzo volteó la piedra. A continuación colocó el palo y la pía en la piedra que el tío Raimundo pretendía menear y esta salió despedida.
—Ala, a ver si aprende a trabajar con la cabeza.
—¡Calle señor maestro, que este es capaz de derribar la pared del frontón a cabezazos!
Bueno, ese introito que abre el cuento, por lo que ya sabemos nunca se le podría haber ocurrido a este cabezudico llamado tío Raimundo; pero por algo hay que empezar, sobre todo cuando ni de lejos te da el aire. Yo creo que la frase del principio, la debió decir aquél al que los dioses condenaron a soportar al mundo sobre sus espaldas. Que dicho sea de paso, menuda putada.
En fin, que siempre hay un pensamiento, una idea, que nos sirve de apoyo para contar algo que no tiene nada que ver con lo que se pretendía expresar. No existe mejor argumento que prohibir o amenazar con hacer o dejar de hacer una cosa, para que se cumpla.
Si dices: “¡¡NO ABRAS ESA CAJA!!”, que me descojono; ten la seguridad de que de una u otra forma la caja será abierta; o la caja de bombones o de galletas o… pon lo quieras. Yo, con mi santa, ya sé que cuando quiero que haga una cosa, solo tengo que pedirle que no lo haga o viceversa. Y ahora que pienso ¿no empleará ella el mismo método?
En casa de mi padre fueron nueve hermanos, hoy solo queda la pequeña, nonagenaria. Pues eso, como era la más chica, era el juguetico de todos. Tenían una especie de silo dentro de la casa al que llamaban el harinero. A mi tía, no hacían más que enguizcarle y tomarle el pelo diciéndole que no se le ocurriera abrir la portezuela que en la parte inferior tenía el almacenillo pues “estaba lleno de manzanas”. Tanto y tanto le insistieron, que sucumbió a la tentación de la curiosidad y la provocación. La entonces niña, abrió la portezuela del harinero y toda la carga, cebada, se derramó dejándola casi sumergida. El disgusto que la pobre se llevó, fue mayúsculo y la bronca a los otros, no fue menor. Y además, tuvieron que volver a subir la cebada al granero para devolverla a su silo.
¿No fue el conde de Munchuasen, el que bajo un manzano descubrió aquello de que lo que sube baja? Pero no tiene nada que ver con lo del punto de apoyo, creo, seguro que el chico lo sabría. Hay que tener principios, y sino, se buscan. En fin, otra vez será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario