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viernes, 25 de abril de 2025

HILARANTE

 

*Una aventura en el espacio: La odisea de los infortunados**

Era el año 3023 y la humanidad había logrado conquistar el espacio, o al menos eso pensaban los directores de la Agencia Espacial Internacional (AEI). Desde su sede principal en la luna, decidieron enviar una misión a lo que llamaron **“La Gran Expedición a Proxima Centauri”**. El objetivo era claro: buscar vida extraterrestre y traer de vuelta muestras para estudiarlas. Sin embargo, la elección de la tripulación no fue la mejor.

En un rincón polvoriento de la sala de reclutamiento, se encontraban los protagonistas de esta insólita historia: el Capitán Marco “El Inolvidable”, conocido por sus dudosas hazañas en el simulador de vuelo; la Doctora Sofía, cuyo mayor logro había sido clasificar varios tipos de hongos en su sótano; el ingeniero robot Grubotsky, que tenía más fallos que éxitos, y finalmente, Pipo, un loro adiestrado que decía frases pegajosas de películas de los años 90.

Tras una breve pero estrambótica ceremonia de lanzamiento, donde el Capitán olvidó apretar el botón de despegue, la nave finalmente tomó dirección hacia lo desconocido. La primera semana de viaje fue tranquila; en ella sucedieron pequeños incidentes: el Capitán se quedó atrapado en el baño, Grubotsky se volvió loco tratando de arreglar la cafetera que solo servía café instantáneo y Pipo se dedicó a repetir “¡Es más grande que la Tierra!” cada vez que veían una estrella.

Al llegar a la zona de Proxima Centauri, decidieron poner su plan en marcha. La idea era sencilla: aterrizar en un pequeño planeta que había aparecido como punto de interés y explorar su superficie. Sin embargo, la noción de "pequeño" les resultó engañosa. La nave TMA-3000 se estrelló al caer en un terreno cubierto de lo que parecía ser un tipo de moco espeso. Grubotsky, mientras tanto, estaba asistiendo de forma involuntaria al primer chapuzón intergaláctico, completamente descompuesto.

Aterrizados y con la nave hecha pulpa, la tripulación salió al exterior tentando a la suerte. El paisaje era asombroso; había árboles de colores chillones, ríos de un líquido similar a la gelatina y montañas que parecían custodiadas por criaturas que recordaban a un cruce entre un perro salchicha y un cactus. Era un espectáculo tan extraordinario que todos, excepto el Capitán, se olvidaron del estado de la nave.

“¡Esto es increíble!”, exclamó la Doctora Sofía mientras trataba de tomar muestras de las plantas usando un frasco donde antes había guardado mermelada. “¡Imaginad todo lo que podemos descubrir!”.

Mientras tanto, Pipo, que había tomado como tarea personal el ser el comentarista de la aventura, gritó entusiasmado: “¡Aquí en el espacio, nadie puede oírte gritar!”. Un comentario que, según el Capitán, no era del todo cierto, ya que el ruido del desastre les alcanzaba incluso en silencio.

Con el propósito de llevar a cabo la misión, iniciaron la exploración del lugar. Al poco tiempo, se encontraron con un grupo de criaturas curiosamente amistosas que se acercaron a saludarlos. Eran seres gelatinous que carecían de piernas pero se movían ondulando. Marco, muy contento, decidió que era un buen momento para demostrar su dominio del “idioma galáctico” que había aprendido en un programa de televisión.

“Hola, amigos espaciales”, dijo levantando las manos como si intentara imitar a un maestro de ceremonias. “Venimos en paz, ¡quien no avanza, retrocede!”

Las criaturas parecían intrigadas, pero solo lograron responder con una serie de burbujas y sonidos guturales. Pipo, al ver la confusión, lanzó un famoso “Yippie-Ki-Yay” que ocasionó un estallido de risas entre sus nuevos amigos espaciales. Esto resultó en un intercambio cultural catastrófico, donde se les ofreció un plato local que resultó ser una mezcla gelatinosa de cosas que podrían haber sido comida en el pasado, pero que ahora solo evocaban el más fuerte instinto de repulsión.

Cuando Sofía decidió probarlo, la combinación inusual provocó que hiciera una escena digna de una película de terror. La criatura y sus compañeros de viaje no pudieron contener las risas, inflando aún más su humor. Marco, intentando recuperar la dignidad, dijo: “No importa, somos exploradores, ¡así que probemos otra cosa!”

La tarde avanzó y después de varios intentos de comunicación sin éxito, llegó la hora de irse. Decidieron volver a la nave y encontrar una manera de repararla. Para sorpresa de todos, Grubotsky, que había permanecido en la nave durante toda la aventura, había conseguido hacer funcionar los restos del sistema de navegación (aunque de una forma errónea).

 

“Chicos, creo que hemos logrado algo inesperado, ¡podemos volver! Aunque... nos dirigimos hacia un agujero negro”. Para ese momento, todos se quedaron paralizados y Sofía murmuró: “No hay forma de que esto termine bien...”.

En el último intento de salvar su travesía, Marco lanzó una idea brillante: “¡Hagamos un brindis antes de ser devorados por la singularidad espacial!”. Con un batido de aquellas gelatinosas mezclas y un par de minutos de reflexión trascendental, levantaron sus copas improvisadas.

Un instante después, la nave, ya casi en el borde del abismo, realizó una maniobra estrepitosa y, como por arte de magia, logró salir intacta del agujero negro. Enfrentándose a la inercia del giro, todos fueron lanzados en direcciones opuestas, mientras que Pipo terminó posado, triunfante, en la cabeza de Marco.

Regresar a casa no fue fácil, pero después de varias aventuras absurdas, lograron aterrizar nuevamente en la luna, dejando atrás la gelatinosa tristeza de su viaje. Por supuesto, la AEI había cancelado cualquier apoyo tras escuchar historias sobre criaturas risueñas y peligrosas comidas alienígenas, así que decidieron formar una nueva compañía: **“Los Desafortunados del Espacio”**.

Así fue como la travesía marcó un antes y un después en la vida de cada uno, quienes descubrieron que aunque la ciencia ficción podía ser emocionante, la realidad del espacio era mucho más complicada... y divertida. Y aunque no habían traído muestras para estudiar, su experiencia quedaría grabada eternamente en sus memorias y, por supuesto, en las redes sociales como la aventura más hilarante y trágica del siglo.

Y así, con un grito de Pipo que resonaba en el aire, “¡No olvides el pollo frito!”, la historia de estos infortunados exploradores del espacio se convirtió en una leyenda, inspirando risas y lecciones valiosas sobre lo impredecible que puede ser la vida, incluso en el vasto universo.

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