Me jode beber agua en botijo, porque no sé la que bebo ni la que dejo.
Beber agua en botijo es una experiencia tan peculiar como intentar bailar salsa con dos pies izquierdos. Desde el momento en que una mano se aferra a ese recipiente de barro, uno se siente transportado a un pueblo perdido en la España rural, donde los abuelos aún cuentan historias de amores perdidos mientras tú te preguntas si realmente necesitas hidratarte o si simplemente estás buscando una excusa para evitar salir al sol.
La primera vez que me ofrecieron agua en un botijo, pensé que era una broma. Miré alrededor en busca de cámaras ocultas, porque claramente nadie podría estar hablando en serio. ¿Agua en un botijo? ¡Vamos! Para mí, eso sonaba más a un ritual ancestral que a una forma efectiva de mitigar la sed. Sin embargo, no quería quedar mal, así que acepté. Maldita sea mi curiosidad.
Al primer sorbo, me invadió una sensación de nostalgia. Pero no de la buena, sino esa que te recuerda que, al parecer, el agua se supone que es refrescante y no todo un desafío. No sabía cuánta agua estaba bebiendo. Era como jugar a la ruleta rusa: un sorbo, dos sorbos, tres... ¿y si me pasaba? ¿Cuántos litros caben en un botijo? Ni idea, pero lo que sí sabía es que la capacidad de ese objeto parecía desbordar toda lógica.
Y luego está el sonido. El famoso “glug-glug” que hace el botijo al servir. Es como si el propio botijo estuviera riéndose de ti mientras intentas encontrar la medida perfecta del trago sin que se te derrame por encima. Y claro, tú ahí, esforzándote por lucir elegante, pero al final te ves como un aficionado en medio de un concurso de tragos, mientras el agua decide que quiere salir más rápido que tu reflejo.
Lo peor de todo es que, al final de la hazaña, te quedas pensando: “¿Realmente he hidratado mi cuerpo o solo he hecho un espectáculo de circo?” Porque al final, cuando miras al fondo del botijo, es un decir, lo que encuentras es un misterio insondable: un poco de agua, un poco de polvo, y quizás hasta un trozo de limón que alguien olvidó desde el verano pasado. ¿Y quién sabe cuántas personas habrán bebido de ese mismo botijo?
Así que, al final, a mí me jode beber agua en botijo. Me jode porque no sé cuánta he bebido, ni cuánta queda, pero sobre todo me jode que, después de todos esos tragos, siempre me voy a sentir igual de sediento. ¡Viva el agua embotellada!
No hay comentarios:
Publicar un comentario