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jueves, 12 de junio de 2025

SUEÑOS ERÓTICOS DE UN ANSO

 Título: La Inusual Sanción del Burro Soñador

En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía un burro llamado Pancho. A primera vista, Pancho era un burro común y corriente: gris por fuera, con largas orejas que parecían antenas para captar chismes de otros animales. Sin embargo, lo que nadie sabía era que Pancho tenía una vida interior vibrante, llena de sueños… ¡y no cualquier tipo de sueños! Sus noches estaban pobladas de visiones eróticas que daban lugar a situaciones inesperadas y, en ocasiones, algo absurdas.

Una noche, mientras el resto de los animales dormían plácidamente bajo la luz de la luna, Pancho soñaba que estaba en una fiesta exclusiva para burros, donde todos llevaban sombreros elegantes y bailaban al son de una melodía suave. En el centro de la pista, había una hermosa burrita llamada Linda, con ojos como dos luceros y un andar que hacía temblar el suelo. En ese sueño, Pancho se atrevió a acercarse y, con un giro de su sombrero, le ofreció una flor hecha de heno.

Despertó de su sueño repentinamente, sólo para darse cuenta de que en realidad había estado hablando en voz alta durante la noche, describiendo todos los detalles de su fantasía romántica. El problema fue que sus gritos despiadados habían alertado a Doña Chola, la mula de la granja vecina, quien no pudo resistir la tentación de husmear detrás del seto.

Al día siguiente, la noticia se regó como pólvora: Pancho, el burro soñador, había sido descubierto. Con cada repetido relato de su "escapada nocturna", la reputación de Pancho se fue deteriorando. Las otras mulas y burros empezaron a mirarlo de reojo, y la pequeña comunidad animal decidió que debía hacerse algo al respecto. No podían permitir que un burro tan osado —y un tanto “poco convencional”— siguiera soñando sin consecuencias.

La asamblea se convocó en la plaza del pueblo, donde todos los animales del corral se reunieron para discutir el caso de Pancho. El gallo Cocoricó, conocido por su estilo dramático, se subió al gallinero y comenzó a cacarear: “¡Hermanos! No podemos permitir que un burro de esta naturaleza se mueva entre nosotros sin restricciones. ¡Sus sueños son un escándalo!”

Las ovejas, siempre pasivas pero curiosas, comenzaron a murmurar, mientras que los cerdos rodaban por el suelo riéndose. La cosa se salió de control cuando el burro vecino, Tico, se levantó y propuso una sanción. “Propongo que Pancho reciba un mes de prisión en el establo, sin acceso a las burritas ni a las fiestas nocturnas. ¡Que aprenda a ser un burro decente!”

El murmullo aumentó, y la idea de una sanción se volvió rápidamente popular. Finalmente, ante la presión del grupo, se decidió que Pancho sería castigado por sus sueños tan “poco ortodoxos”. Sería encerrado por un tiempo y, además, se le prohibiría hablar de sus sueños románticos.

El día de la sentencia llegó y Pancho no podía creer lo que estaba sucediendo. Fue conducido al establo, donde una banda de ratas con puñetas organizó una especie de “tribunal”. Las ratas se pusieron gafas de juicios, tomadas prestadas de una antigua muñeca, y actuaron como jueces. La risa resonó en el aire mientras uno de los ratones, con voz temblorosa, le leyó los cargos.

“Pancho, burro soñador, se te acusa de tener sueños eróticos y, además, de perturbar la paz del corral con tus proclamas amorosas. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?”

Con toda su humildad, Pancho respondió: “Amo soñar, amigos. Los sueños son lo que nos da esperanza, la razón por la que nos levantamos cada día. Y si mis sueños impulsan a otros a disfrutar de un poco de alegría, entonces ¿cuál es el daño?”

El silencio se hizo presente en el establo, mientras las miradas se cruzaban. En ese instante, alguien rompió el hielo. Fue Linda, la burrita de su sueño, quien dijo: “Yo creo que todos tenemos derecho a soñar, y si Pancho sueña, deberíamos alentarlo, no castigarlo.”

A medida que la tarde caía, más animales comenzaron a tomar partido, hasta que finalmente la multitud clamó por la libertad de Pancho. En un giro inesperado, el comité de ratas decidió liberar al burro, pero no sin una condición: tendría que organizar una gran fiesta en honor a la libertad de los sueños.

Así fue como, el siguiente fin de semana, Pancho llevó a cabo la mejor fiesta del corral. Todos los animales estaban invitados, y el ambiente era tan festivo que incluso Don Cocoricó dejó de cacarear sobre la moral para unirse a la diversión.

Bailaron, comieron pasto fresco y, claro, Pancho se atrevió a soñar nuevamente, esta vez en voz baja. Había aprendido que, si bien sus sueños pueden ser excéntricos, el verdadero valor residía en poder compartirlos con amigos.

El burro soñador se convirtió en un símbolo de libertad en el pueblo, y todos comenzaron a aceptar que soñar no solo era permitido, sino necesario para la vida. Desde entonces, Pancho sigue haciendo gala de sus extraños sueños, mientras que el resto del corral vive en armonía, celebrando la locura que a veces se esconde detrás de los sueños de un burro.

Y así terminó la historia de la inusual sanción del burro soñador, recordándonos que, aunque a veces la realidad puede ser dura, nunca hay que dejar de soñar… ¡ni de bailar! 
 
Según los últimos cuchicheos del corral, el burro Pancho ha desaparecido y deportado a El Salvador. 

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