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miércoles, 11 de junio de 2025

UNA COMEDIA DE ENRE2

 Los Jueces que Persiguen a Sánchez y a su Mujer: Una Comedia de enredos

En un pequeño y pintoresco pueblo español, donde los rumores volaban más rápido que las palomas mensajeras, vivían dos personajes que, por sus constantes desventuras, se habían convertido en la comidilla del lugar. José Sánchez, un hombre común con el peinado del mismo estilo desde hacía 20 años, y su esposa, María, una mujer de ingenio agudo y una sonrisa que podía iluminar el día más nublado. Pero había un problema: unos jueces que parecían empeñados en encontrarles culpas, aunque no supieran muy bien de qué.

Todo empezó cuando un día, mientras paseaban por el mercado, José compró un 'chorizo' que, según él, era famoso por su sabor inigualable. Sin embargo, lo que él no sabía era que el vendedor, conocido popularmente como "el rey del contrabando", tenía más secretos que un espía de Hollywood. Al poco tiempo, los rumores comenzaron a correr: "¡Sánchez está colaborando con el contrabando!" Así fue como comenzó la persecución judicial.

Los jueces, que eran tres —Don Manuel Robado, Doña Rosa Bienma y Don Ramiro Despeinado— pasaron a ser parte de la familia. Eran como esos parientes lejanos que aparecen cada Navidad esperando regalos. Don Manuel, con su porte serio, bigotón de guardia civil y gafas de pasta, siempre parecía tener un juicio más severo que el resto. Doña Rosa, por otro lado, era la más entusiasta del trío. Siempre iba armada con una libreta, lista para anotar cualquier cosa que pudiera comprometer a la pareja o a su hermano. Y Don Ramiro… aunque husmeaba como un huele braguetas, bueno, él solo estaba allí para hacer compañía y a veces se quedaba dormido durante las audiencias.

Cada vez que los jueces llegaban al pueblo, parecían buscar razones para interrogar a la pareja. "¿Dónde está el chorizo, don José? ¡Necesitamos pruebas!" gritaban, mientras José, confundido, intentaba recordar si realmente había sido un producto de confianza o un fraude.

La situación alcanzó su punto culminante cuando un día María decidió organizar una cena para calmar los ánimos. “Si les invitamos, tal vez se olviden de perseguirnos”, pensó. Así, el menú incluyó una variedad impresionante de platos típicos, incluido el famoso chorizo que había provocado todas esas complicaciones.

Los jueces llegaron puntuales, como si hubieran sido convocados a un juicio. La sala estaba decorada con globos y serpentinas, pero el aire era tenso. María servía tapas mientras intentaba recordar las leyes del protocolo judicial. En un momento dado, Doña Rosa pidió una copita de vino, levantando sospechas inmediatamente: “¡Alto! ¡Eso es un soborno!”, exclamó Don Manuel, mientras todos estallaban en risas.

Durante la cena, el tema del “chorizo contrabandeado” salió a relucir de nuevo. Para suavizar la situación, José, que poco entendía de política pero mucho de humor, propuso un brindis: “Por la libertad, el amor y los embutidos -o sea, chorizos- legales”. La velada se tornó hilarante; incluso Don Ramiro, tras despertar de su siesta, se sumó a la diversión imitando a un perro de caza persiguiendo un trozo de chorizo.

“Esto debe ser un delito, reírse de la ley”, dijo Don Manuel, a lo que María respondió: “No, Don Manuel, eso es un acto de supervivencia”. Y así, entre chistes y anécdotas, pareció que los jueces comenzaban a bajar las defensas.

Sin embargo, las cosas tomaron un giro inesperado cuando, al salir de la casa de Sánchez, los jueces se encontraron con el vendedor del polémico chorizo, quien, al verles, corrió despavorido dejando caer un saco lleno de productos ilegales en la plaza del pueblo. “¡Una prueba!” gritó Doña Rosa emocionada, mientras Don Ramiro se agachaba para inspeccionar el contenido del saco, metiendo un trozo en su boca, solo para descubrir que se trataba de un embutido de calidad inferior.

“¿Este es el famoso chorizo que tienes tú, José?”, preguntó Don Manuel, casi convencido de que su carrera judicial estaba a punto de despegar. “No, no, yo solo tengo el oficial, el legal”, respondió José, tratando de contener las carcajadas.

La persecución judicial terminó convirtiéndose en una especie de cacería del tesoro, donde los jueces cada vez estaban más dispuestos a aceptar las bondades de la comida tradicional a cambio de no seguir investigando sobre los pleitos de antaño. Entre platos y risas, se dieron cuenta que estaba mucho más divertido ser amigos de la familia Sánchez que estar persiguiéndoles.

Finalmente, después de semanas de intrigas y visitas oficiales, los jueces decidieron archivar el caso. “No hay suficientes pruebas”, dijo Don Manuel con una sonrisa burlona. “Parece que el verdadero criminal aquí es la falta de buen comer y buen humor”.

Así fue como José y María llevaron a cabo un cambio de roles con sus perseguidores, y el pequeño pueblo disfrutó de un nuevo vínculo que antes parecía imposible. Los jueces se convirtieron en los nuevos asistentes a las cenas de los Sánchez, llevando siempre alguna broma acerca de las nuevas “leyes del chorizo”.

La moraleja de esta historia es simple: a veces, los mayores enredos nacen de un simple malentendido y un alimento señalado. Y si la vida te ofrece chorizos y jueces, ¡asegúrate no solo de asegurar tus embutidos, sino también
de reírte junto a ellos!

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